jueves, 10 de octubre de 2013

Ficción (en exclusiva, un cuento completo de Alice Munro)

Ficción (en exclusiva, un cuento completo de Alice Munro)

Pinchando en el enlace podéis leer un cuento del libro "Demasiada felicidad", de la nueva premio Nobel de Literatura Alice Munro.
A continuación, un fragmento del principio.

Lo mejor del invierno era volver a casa en el coche, después de
todo el día dando clases de música en los colegios de Rough River.
Ya había oscurecido, y en la parte alta del pueblo quizá estaba nevando
mientras la lluvia azotaba el coche por la carretera de la costa.
Joyce dejó atrás los límites del pueblo y se internó en el bosque, y
aunque era un bosque de verdad, con grandes abetos de Douglas y cedros,
cada cincuenta metros más o menos había una casa habitada.
Algunas personas tenían huertos; otras, ovejas o caballos, y había empresas
como la de Jon, que restauraba y hacía muebles. También ofrecían
servicios que se anunciaban junto a la carretera y en especial en
esa parte del mundo: cartas del tarot, masajes con hierbas, resolución
de conflictos. Algunos vivían en caravanas; otros se habían construido
casas, con tejado de paja y extremos de troncos, y otros, como Jon
y Joyce, estaban restaurando viejas casas de labranza.
Había algo especial que a Joyce le encantaba ver mientras volvía
a casa y entraba en su finca. En esa época mucha gente, incluso algunos
habitantes de las casas con techo de paja, estaban instalando lo
que llamaban puertas de patio, aun cuando, como Jon y Joyce, no tenían
patio. No solían ponerles cortinas, y los dos rectángulos de luz
parecían ser indicio o promesa de comodidad, de seguridad y abundancia.
Por qué era así, más que con las ventanas corrientes, Joyce
no lo sabía. Quizá se debiera a que la mayoría no servía solamente para
asomarse sino que se abrían directamente a la oscuridad del bosque y
a que exhibían el refugio del hogar con tanta ingenuidad. Gente cocinando
o viendo la televisión, de cuerpo entero; escenas que la seducían,
aunque sabía que las cosas no serían tan especiales dentro.
Lo que Joyce veía cuando entraba en el sendero de su casa, sin
pavimentar y encharcado, era el par de puertas de aquellas que había
colocado Jon enmarcando el interior resplandeciente y a medio hacer.
La escalera de mano, las estanterías de la cocina sin acabar, las escaleras
al descubierto, la cálida madera iluminada por la bombilla
que Jon colocaba para enfocar donde quisiera, dondequiera que estuviera
trabajando. Se pasaba el día trabajando en su cobertizo, y
cuando empezaba a oscurecer dejaba libre a la aprendiza y se ponía
con las obras de la casa. Al oír el coche de Joyce volvía la cabeza hacia
ella un momento, a modo de saludo. Normalmente tenía las manos
demasiado ocupadas para saludar con la mano. Sentada allí, con
los faros del coche apagados, recogiendo la compra o el correo que
tenía que llevar a casa, Joyce era feliz incluso por tener que recorrer
ese último trecho hasta la puerta, en medio de la oscuridad, el viento
y la lluvia fría. Se sentía como si se librase del trabajo cotidiano,
agobiante e inseguro, harta de ofrecer música a indiferentes y sensibles
por igual. Mucho mejor trabajar con la madera solo —no tenía
en cuenta a la aprendiza— que con las impredecibles crías humanas.
A Jon no le contaba nada de eso. No le gustaba oír a los que hablaban
de lo básico, delicado y respetable que era trabajar la madera.

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